Artículo escrito por Carmen Mata Muñoz.
La depresión es una etiqueta que designa un conjunto de conductas y emociones: tristeza, anhedonia (no tener ganas de hacer nada, ni capacidad para experimentar placer por lo que antes sí lo generaba), pensamientos negativos, rumiaciones, etc.
La depresión no es algo que uno tiene, sino una situación en la que uno está (Pérez-Álvarez, 2007). Esta situación depresiva va a deberse a diversas circunstancias que a veces son muy difíciles de determinar para la persona. La condición antecedente a esta situación va a estar relacionada con experiencias traumáticas que han podido estar presentes durante muchos años, incluso sin que la propia persona se haya dado cuenta de ellas. El comienzo de esta situación depresiva puede encontrarse en una pérdida súbita (de empleo, de relación o una muerte), percepción de fracaso vital o en algún objetivo que se había planteado la persona, situaciones cotidianas difíciles o que inconscientemente hagan presentes experiencias pasadas que hayan generado malestar emocional, estrés/agobio, conflicto interpersonal y un largo etcétera relacionado con la historia de aprendizaje de la persona y sus circunstancias actuales.
En definitiva, todo este componente traumático-experiencial puede desencadenar, en un momento determinado, todas estas conductas a las que ponemos el nombre de depresión. La aparición de la sintomatología depresiva surge con un propósito, reducir de alguna manera dicho componente depresivo. Por tanto, aunque esta sintomatología es percibida como algo muy desagradable que no nos deja continuar con nuestra vida, en realidad NO ES EL PROBLEMA, simplemente nos está avisando de que existe algo que debemos detectar, analizar y trabajar para que dejemos de experimentar tanto malestar emocional.
El inicio de todo este repertorio de conducta depresivo pone en marcha un gran bucle:
1. Existen circunstancias personales que van a propiciar una mayor exposición a estimulación que genera malestar emocional (eventos vitales, situaciones externas, emociones, pensamientos, etc.).
2. Esta estimulación aversiva va a propiciar un estado corporal de tristeza.
3. La ausencia de respuestas emocionales positivas va a generar cambios en las vías nerviosas para adaptarlas a esta nueva condición de tristeza y pesimismo. Una vez que esto ocurre, la exposición a estimulación agradable no va a desencadenar una respuesta placentera con la misma intensidad que antes. En este momento, “lo malo se vuelve más malo y lo bueno, menos bueno”.
4. No anticipar consecuencias agradables a ciertas actividades va a hacer que la persona no esté motivada a realizarlas y empiece a regirse por el coste de respuesta, es decir, empieza a realizar aquellas cosas que menos esfuerzo supongan porque ninguna de las cosas que hagas va a traer consecuencias especialmente agradables. (Ejemplo: quedarse en casa vs ducharse, arreglarse y salir a cenar).
5. Realizar las actividades que menos esfuerzo supongan va a hacer que tengamos menos oportunidades de exponernos a situaciones placenteras y a estimulación agradable. Al contrario, nos exponemos a nuestras propias rumiaciones, pensamientos negativos, cansancio, tristeza, fracaso, etc. (si te quedas en casa no vas a divertirte ni estar con gente, pero sí vas a estar mal, preocupado, desganado, etc). Por tanto, vuelve a aumentar el malestar emocional y disminuir el bienestar emocional, iniciándose así otra vez el bucle descrito anteriormente.
Además, una vez que el comportamiento de la persona queda atrapado dentro de este bucle, la persona puede comenzar a experimentar ciertos beneficios inconscientes de estar mal que van a mantener e incluso aumentar estas conductas depresivas (la persona está bien estando mal) porque le sirve para:
- Recibir atención y preocupación por parte de otros.
- Controlar la conducta de los demás o evitar que los demás controlen nuestra conducta por el hecho de estar mal.
- Explicar un posible fracaso a causa del estado en el que se está.
- Poder justificar la evitación de ciertas tareas aversivas.
- Acceder a ganancias secundarias como pensiones.
Por todo esto, una de las mejores formas para salir del bucle, pasa por tomar conciencia del propio bucle en el que nos encontramos, de lo que mantiene la conducta que nos genera malestar emocional, y de lo que origina toda esta situación para trabajarlo y solucionarlo. Además, resultará esencial activarse, hacer cosas para sentirnos bien, no abandonar (o retomar, en su caso) aquellas cosas que nos generaban bienestar emocional en el pasado, aunque en el presente no se perciban como tan placenteras, marcarse reglas o/y objetivos que nos permitan mantenernos ocupados y sentirnos bien. Si hacer algo cuesta mucho esfuerzo, reduce los costes de lo que haces dividiéndolo en pasos más sencillos y de menor tiempo o intensidad.
En definitiva, sentirnos bien haciendo lo que hacemos.
Carmen Mata Muñoz. Psicóloga del Gabinete de Psicología Encarni Cabrera